Louis Solmitz, maestro de escuela de Hamburgo, 1932.
El intenso deseo público de tener líderes carismáticos ofrece un terreno
fértil para la propaganda. A través de una imagen pública
cuidadosamente orquestada del líder del Partido Nazi Adolf Hitler
durante el período políticamente inestable de Weimar, los nazis
explotaron este anhelo para consolidar el poder y promover la unidad
nacional. La propaganda nazi facilitó el rápido ascenso del Partido Nazi
a una posición de prominencia política y, finalmente, al control de la
nación por parte de los líderes nazis. En particular, el material de
campaña para las elecciones de la década de 1920 y los primeros años de
1930, así como también el convincente material visual y las apariciones
públicas atentamente controladas, se unieron para crear un “culto al Führer”
en torno a Adolf Hitler. Su fama creció a través de los discursos que
pronunciaba en las grandes concentraciones, los desfiles y la radio. En
esta figura pública, los propagandistas nazis mostraban a Hitler como un
soldado listo para el combate, como una figura paterna y como un líder
mesiánico elegido para rescatar a Alemania.
Entre 1933 y 1945, la adulación pública a Adolf Hitler fue una
característica siempre presente en el espacio público de la vida
alemana. Los propagandistas nazis describían a su líder (Führer)
como la personificación viviente de la nación alemana, que irradiaba
fuerza y una inquebrantable devoción por Alemania. Los anuncios públicos
reforzaban el concepto de Hitler como el salvador de una nación alemana
derrotada por los términos del Tratado de Versalles posterior a la
Primera Guerra Mundial. El culto a Adolf Hitler fue un fenómeno masivo
fomentado deliberadamente. Tanto los propagandistas nazis como los
artistas producían pinturas, letreros y bustos del Führer, que
luego eran reproducidos en grandes cantidades para ser colocados en
lugares públicos y en los hogares. La editorial del Partido Nazi
imprimió millones de copias de la autobiografía política de Hitler, Mein Kampf
(Mi Lucha) en ediciones especiales, incluyendo ediciones para recién
casados y traducciones al sistema Braille para personas ciegas.
La propaganda nazi idolatraba a Hitler como un talentoso estadista que
traería estabilidad, crearía puestos de trabajo y restauraría la
grandeza de Alemania. Bajo el régimen nazi se esperaba que los alemanes
mostraran lealtad pública al “Führer” de maneras casi religiosas, como hacer el saludo nazi y saludar a las personas en la calle diciendo “¡Heil Hitler!”,
el llamado “saludo alemán”. La fe en Hitler fortaleció los lazos de
unidad nacional, y el no acatamiento de esta ideología significaba
disensión en una sociedad donde la crítica abierta al régimen y a sus
líderes constituía un motivo de encarcelamiento.
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